Wednesday, February 14, 2024

Cordero de Dios

Juan el apóstol dijo: "¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!"  - Juan 1: 29


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Juan 1: 29-34

29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús que venía hacia él y dijo: «¡Mira, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 A este me refería cuando dije: 'El hombre que viene detrás de mí me ha superado porque era antes que yo'. 31 Yo mismo no lo conocía, pero la razón por la que vine bautizando con agua fue para que él fuera revelado a Israel. 32 Entonces Juan dio este testimonio: "Vi al Espíritu descender del cielo como paloma y permanecer sobre él. 33 Y yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'El hombre sobre quien veas que el Espíritu desciende y permanece, es el que bautizará con el Espíritu Santo.' 34 He visto y testifico que éste es el Elegido de Dios.

Este pasaje narra el momento en que Juan el Apóstol testifica acerca de la identidad de Jesús. Él testifica que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su testimonio no surge de su comprensión superficial, sino que surge de su encuentro personal lo cual le fue revelado por Dios a través de los signos sobrenaturales (Juan 1: 32-34).

Su testimonio indica que Jesús mismo, el Cordero de Dios, es el sacrificio perfecto que reconcilia la comunión rota entre los humanos y Dios que fue causado por los pecados. Es interesante notar que la misión y obra de Jesús son aplicables al mundo sin importar cultura, raza, límites geográficos o del nivel político o socioeconómico. Él viene al mundo por todos.

Al presentar su testimonio sobre la identidad de Jesús, el apóstol Juan señala una cuestión muy fundamental con la que todos podemos identificarnos y con la que lidiamos. Nadie es inmune al pecado. Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Existe una imperiosa necesidad de deshacerse de los pecados. El ser humano con todo su esfuerzo, buen ejemplo de vida, filosofía o religión intenta solucionar esto; sin embargo, fracasa porque todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia (Isaías 64:6).

Aparte de la redención, Jesús es la única persona que puede satisfacer las necesidades y deseos más profundos del ser humano. Pascal, matemático, físico, inventor, filósofo y escritor francés, dijo: "Hay un vacío en forma de Dios en el corazón de cada hombre que no puede ser satisfecho por ninguna cosa creada sino sólo por Dios el Creador, hecho conocido a través de Jesucristo." Esto enfatiza que todos necesitan a Jesús en sus vidas.

Tal como lo hizo el apóstol Juan, debería hacerse esta pregunta muy crucial. ¿Hemos ejercido nuestro papel de mensajeros y testificar al mundo quién es Jesús y lo que Jesús ha hecho a las personas? Jesús vino al mundo no sólo para quitar nuestros pecados y purificarnos, sino también para darnos una vida con propósito, vida eterna, "vida abundante" y vida llena de esperanza (Juan 10:10).

Hay dos maneras de testificar que Jesús es el Cordero de Dios. Son como monedas de dos caras (presencia y proclamación), es decir, damos testimonio a través de nuestra vida guiada por el Espíritu Santo quien es quien manifiesta los frutos del espíritu (Gálatas 5:22-25) y mediante el cumplimiento de la gran comisión (Mateo 28:18-20). Se supone que van de la mano y no podemos optar solo con comprometernos sólo con una cara de la moneda.

Para experimentar una vida guiada por el Espíritu, no hay otra manera que a través de Jesús. Jesús es el único camino para llegar a Dios padre (Juan 14:6). Esto implica que uno debe creer de todo corazón y declarar con la boca (Romanos 10:9-10). Uno debe invitar y recibir a Cristo personalmente y tener una relación personal con Él. No es la doctrina ni las creencias que se transmitieron de generación en generación; sin embargo, es un encuentro personal con Él y una trayectoria de aprendizaje espiritual diaria

Llevar una vida guiada por el Espíritu día a día, es nuestro testimonio de lo que creemos acerca de Dios. Podemos compartir nuestro testimonio de muchas maneras, por las palabras que hablamos, por el ejemplo que damos, por la manera en que vivimos nuestra vida, por la forma en que enfrentamos los obstáculos en la vida, por cómo administramos nuestras finanzas, por cómo tratamos a nuestros cónyuges, cómo realizamos nuestro trabajo, cómo escribimos nuestra reflexión y muchos más. Al igual que el apóstol Juan, ¿hemos hecho cosas que surgen de nuestro propio encuentro personal y conocimiento de Dios? Desafortunadamente, muchos incrédulos no entregan sus vidas a Jesús porque tropiezan con la forma en que algunos cristianos llevan sus vidas. Lo que los cristianos creen acerca de Dios y sus enseñanzas no se manifiesta ni es aplicado plenamente en su vida cotidiana y esta condición impide que los incrédulos vengan a Jesús.  

Es lamentable admitir que algunos creyentes piensan que cumplir la gran comisión es tarea o deber de los sacerdotes y evangelistas, y algunas iglesias no lo convierten en una prioridad. Es más, estas iglesias no equipan o enseñan a sus congregaciones sobre cómo hacerlo. Podríamos optar por pensar que se trata de un asunto privado y que yo no estamos en condiciones de hacerlo. Nos gusta "mantener la armonía con los incrédulos" al no compartir nuestra fe con valentía. Compartir el evangelio no siempre debe hacerse de manera muy formal, sino mediante la construcción de una buena relación y amistad. Comenzamos a entablar amistad con las personas e identificamos cuáles serían las necesidades físicas, emocionales y espirituales de esta persona. Después de tener este diagnóstico preliminar, esta información nos puede servir como puerta de entrada para compartir el evangelio.

Una vez más, la pregunta importante que debemos reflexionar es: ¿qué esfuerzos concertados, colaborativos y colectivos hemos hecho para abordar el llamado al cumplimiento de la gran comisión?

Tengamos presente de hacer nuestro mejor esfuerzo para proclamar quién es Jesús y lo que Él ha hecho al mundo y de presentar nuestras vidas guiada por el Espíritu. Dejemos que el Espíritu Santo en Su gran poder haga el resto, según Su tiempo, planes y voluntad.

 

Reflexión sobre Juan 1: 29-50 por Deisyi

(Escucha el podcast aquí)

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