Nadie, cuando enciende una
lámpara, la pone en un sótano ni debajo de un almud, sino sobre el candelero,
para que los que entren vean la luz. –
Lucas 11:33
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Estos versículos nos enseñan la importancia de cuidar lo que dejamos entrar en nuestro interior, porque de la abundancia de lo que haya en él, sin duda brotará a la superficie y se reflejará a otros. Como dice la escritura, de nuestro interior corren ríos de agua viva (Juan 7:38) o que de la abundancia del tesoro de nuestro corazón es lo que compartimos a otros (Lucas 6:45), también se dice que de nuestro más profundo ser es de donde brotan manantiales de vida (Prov 4:23): por tanto, debemos cuidar nuestro ser interior con suma diligencia.
Hemos aprendido que de lo que tenemos, damos a otros. Es inevitable, el exterior siempre será un claro reflejo de nuestro interior. Si no cultivamos nuestro interior con palabra bendita de Dios, con meditación y oración, o acciones edificantes, no podremos reflejar la esencia de un buen cristiano, ni podremos dar una palabra de aliento o tender la mano a aquel necesitado. Hemos sido llamados a ser luz y sal de este mundo. Una de las puertas a nuestra alma es el ojo, cuidemos lo que vemos. Busquemos cuidar a lo damos entrada a nuestra mente, alma y corazón para que nuestra luz no sea empañada y podamos mantener nuestro interior limpio, puro y sano y pueda venir el Amado a encontrar un fruto dulce y agradable a su paladar.
Espíritu Santo ven y habita en nuestros corazones, purifícanos de aquello que no te agrada, límpianos con el agua de tu palabra, quita toda tiniebla, malos pensamientos, maledicencia, raíz de amargura, dolor o aun pensamientos humanos que no nos impidan escuchar tu dulce voz. Déjanos ser esa lámpara que ilumine el caminar de otros, que seamos el reflejo de tu amor a otros en todo tiempo y que podamos mostrar el carácter de Cristo a través de nuestro actuar. ¡Amen!
Reflexión de Lucas 11:33-36 por Nydia Flores
(Escucha el podcast aquí )
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